Espiritualidad laical
ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN
La invitación a seguir a Jesús y caminar con su Espíritu, es para todo cristiano, religioso o laico. Sin embargo, la espiritualidad cristiana se ha ligado demasiado a la vida clerical, hasta el punto que con frecuencia, se identifica con ella. Hablar de espiritualidad nos suena a todos como asunto de curas y de monjas. De ahí la urgencia de que los laicos construyamos nuestra identidad espiritual.
A mi modo de ver, los laicos tenemos que construir una espirituali- dad profunda en las dimensiones de la vida familiar, el trabajo y la política. Frente a la cultura creciente que considera el matrimonio como una unión sin compromiso definitivo; cultura que mercantiliza la sexualidad y trata de desvincularla del amor; es urgente que los laicos desarrollemos una verdadera espiritualidad de la vida familiar, del vivir dos en una carne. Esto implica reivindicar el cuerpo como fuente de placer, de creatividad, de fecundidad y de vinculación comunitaria. Espiritualidad que vive intensamente, como don y regalo recibido, una sexualidad que es encuentro gozoso de los cuerpos y diálogo fecundo de los corazones. Esto supone el cultivo de la ternura y la opción radical por una fidelidad inquebrantable. Supone también construir la vida sobre los pequeños detalles de la cotidianidad, la lucha permanente contra la rutina, la aventura diaria de reconstruir el amor.
Don de Dios
La familia son también los hijos, don de Dios y fruto del amor erotizado compartido. No basta engendrar o parir para merecer el título de padre o madre. Uno se hace padre o madre por las relaciones de amor que es capaz de anudar con los hijos. La espiritualidad familiar implica educar con el ejemplo y cultivar cada día el respeto y el amor. Estoy convencido de que la mejor herencia que uno puede dejar a los hijos es el recuerdo de unos padres unidos, que se quieren, se respetan y se ayudan.
Junto a la familia, los laicos tenemos el deber de vivir y construir una espiritualidad del trabajo y de la política. A través del trabajo, continuamos la obra creadora de Dios que nos llamó a recrear el mundo, a humanizarlo, a cuidarlo y conservarlo y no destruirlo. El actual mundo que pudiendo satisfacer las necesidades básicas de todos, hunde a las mayorías en la miseria más atroz, es una dolorosa constatación de que los seres humanos no estamos utilizando apropiadamente, según el plan de Dios, el poder creador que puso en nuestras manos. Por otra parte, en Venezuela necesitamos sembrar la valoración del trabajo como medio esencial de generar riqueza y abundancia para todos, superando la mentalidad limosnera que espera dádivas del Estado sin poner como contraparte el esfuerzo y la producción. Ojalá tomáramos más en serio a Simón Rodríguez, tan citado pero tan olvidado, que clamaba. "Yo no pido que me den, sino que me ocupen, que me den trabajo. Si estuviera inválido pediría ayuda. Sano y fuerte debo trabajar. Sólo permitiré que me carguen a hombros cuando me lleven a enterrar". De ahí la importancia de desarrollar, junto a la espiritualidad del trabajo, una espiritualidad de la política entendida como servicio al bien común, como medio de estructurar la sociedad de modo que se garanticen los derechos fundamentales de todos. No es posible vivir en la política una fe y una espiritualidad que no se traduzca en superación de las aberraciones del clientelismo, de la privatización de lo público, de la corrupción, de la defensa exclusivamente de los míos, del pragmatismo descarnado que busca conquistar o mantenerse en el poder por todos los medios.
pescclarin@gmail.com
@pesclarin
www.antonioperezesclarin.com
A mi modo de ver, los laicos tenemos que construir una espirituali- dad profunda en las dimensiones de la vida familiar, el trabajo y la política. Frente a la cultura creciente que considera el matrimonio como una unión sin compromiso definitivo; cultura que mercantiliza la sexualidad y trata de desvincularla del amor; es urgente que los laicos desarrollemos una verdadera espiritualidad de la vida familiar, del vivir dos en una carne. Esto implica reivindicar el cuerpo como fuente de placer, de creatividad, de fecundidad y de vinculación comunitaria. Espiritualidad que vive intensamente, como don y regalo recibido, una sexualidad que es encuentro gozoso de los cuerpos y diálogo fecundo de los corazones. Esto supone el cultivo de la ternura y la opción radical por una fidelidad inquebrantable. Supone también construir la vida sobre los pequeños detalles de la cotidianidad, la lucha permanente contra la rutina, la aventura diaria de reconstruir el amor.
Don de Dios
La familia son también los hijos, don de Dios y fruto del amor erotizado compartido. No basta engendrar o parir para merecer el título de padre o madre. Uno se hace padre o madre por las relaciones de amor que es capaz de anudar con los hijos. La espiritualidad familiar implica educar con el ejemplo y cultivar cada día el respeto y el amor. Estoy convencido de que la mejor herencia que uno puede dejar a los hijos es el recuerdo de unos padres unidos, que se quieren, se respetan y se ayudan.
Junto a la familia, los laicos tenemos el deber de vivir y construir una espiritualidad del trabajo y de la política. A través del trabajo, continuamos la obra creadora de Dios que nos llamó a recrear el mundo, a humanizarlo, a cuidarlo y conservarlo y no destruirlo. El actual mundo que pudiendo satisfacer las necesidades básicas de todos, hunde a las mayorías en la miseria más atroz, es una dolorosa constatación de que los seres humanos no estamos utilizando apropiadamente, según el plan de Dios, el poder creador que puso en nuestras manos. Por otra parte, en Venezuela necesitamos sembrar la valoración del trabajo como medio esencial de generar riqueza y abundancia para todos, superando la mentalidad limosnera que espera dádivas del Estado sin poner como contraparte el esfuerzo y la producción. Ojalá tomáramos más en serio a Simón Rodríguez, tan citado pero tan olvidado, que clamaba. "Yo no pido que me den, sino que me ocupen, que me den trabajo. Si estuviera inválido pediría ayuda. Sano y fuerte debo trabajar. Sólo permitiré que me carguen a hombros cuando me lleven a enterrar". De ahí la importancia de desarrollar, junto a la espiritualidad del trabajo, una espiritualidad de la política entendida como servicio al bien común, como medio de estructurar la sociedad de modo que se garanticen los derechos fundamentales de todos. No es posible vivir en la política una fe y una espiritualidad que no se traduzca en superación de las aberraciones del clientelismo, de la privatización de lo público, de la corrupción, de la defensa exclusivamente de los míos, del pragmatismo descarnado que busca conquistar o mantenerse en el poder por todos los medios.
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